Madrid, 07 de abril.
Hoy voy a escribirte a ti, hijo mío.
Una vez leí que escribir es una forma de expresarse, ya
sabes que yo hablando no me explico nada bien, pero de una forma u otra tengo
que vaciar mi alma de todos estos sentimientos.
Naciste hace 18 años y 8 meses. En tus cinco primeros años
de vida, viviste rodeado de inocencia, estabas lleno de dulzura y ando amor a
todos los que te rodeaban, ibas a la guardería con una sonrisa de oreja a oreja
porque decías que tenías muchos amiguitos.
Pasaste a primaria, sin saber que te robarían la inocencia
aquellos niños a los que llamabas amigos, sin saber que el patio seria la peor
hora del día, sin saber lo que te iba a deparar la vida. Creciste y dejaste de
lado ese amor que desprendías, esa simpatía y ese carisma tan característico
tuyo. Tenías el precioso don de hacer sonreír a la gente. Eras tu quien no
sonreía.
Superaste la primaria y pasaste al instituto. Querías ser
enfermero, me decías una y mil veces que querías salvar vidas, que querías
aliviar el dolor de la gente, tanto el mental como el físico, que querías
darles un motivo para seguir adelante, aunque todo fuera contracorriente.
Me dijiste una y mil veces que todo iba bien. Pero hijo, no
me decías que los insultos en el patio ya no salían de tu cabeza, no me dijiste
que encerrarte en el baño era la mejor de tus opciones, no me dijiste que te
inventabas mil excusas para estar cerca de un profesor, que eras la diana de
todos los compañeros de clase.
Repetiste tercero de la eso. Y entonces llego la verdadera
tormenta. Volvieron los insultos, pero esta vez acompañados de golpes. Llegabas
a casa y te ibas a tu cuarto, teníamos mil peleas todas las mañanas porque no
querías ir al instituto. No salías, no comías, no dormías, tenías pesadillas y
siempre ibas tapado. Cariño, tu sonrisa había desaparecido por completo y los
moratones de los golpes empezaron a aparecer.
Tú te estabas yendo y yo no me estaba dando cuenta. Tú, que
siempre fuiste fuerte. Tú, que siempre fuiste guerrero. Tú, que eras mi luz.
Pasaron los días y la tormenta parecía apaciguar. Ilusa,
pronto llegaría el huracán.
Viniste a casa sonriendo por primera vez en años, al cabo de
un mes me dijiste que tenías novia, que ella era el motivo de esa sonrisa, que
te hacia feliz.
Quedaste con ella sin saber que estabas yendo al ojo del
huracán. A las dos horas me llamo la policía y un grito ahogado salió de mí.
¿Qué te había pasado? Estabas lleno de sangre, sin poder casi respirar cuando
llegue. Estabas inconsciente y tiritando. Hijo mío ¿Qué paso?
Tu que querías salvar vidas, tu que querías ayudar, fuiste
atacado y machacado por tus amigos, fuiste una víctima que ahora descansa en
paz.
Han pasado 38 días desde que moriste, los que te hicieron
eso siguen libres, atacando a cualquier otra persona. Todo se empieza con bromas,
pero detrás de las bromas siempre hay una gran verdad.
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